Opción múltiple.
Debes elegir la opción que consideres más adecuada.
Tienes sólo un intento.
Selección de frases en un texto.
En estas preguntas deberás seleccionar una oración dentro de un texto. Para ello debes presionar la primera palabra de esa oración y luego la última.
Cuando estés seguro de que ésa es tu respuesta, presiona "Revisar" para ver si elegiste la oración correcta.
Si no estás seguro de que la frase que seleccionaste es la correcta, antes de revisar, puedes cambiar tu respuesta volviendo a tocar el texto.
Tienes dos intentos.
Cuando te pidamos que identifiques más de una oración en el texto, pulsa los círculos de colores según el orden en el que quieras responder. El presionar "Revisar" contará como un intento.
Al terminar todas las actividades, pulsa "RESULTADOS" para ver cómo te fue.
¡Buena suerte!
La Iglesia dice: El cuerpo es una culpa.
La ciencia dice: El cuerpo es una máquina.
La publicidad dice: El cuerpo es un negocio.
El cuerpo dice: Yo soy una fiesta.
No puede mirar la luna sin calcular la distancia.
No puede mirar un árbol sin calcular la leña.
No puede mirar un cuadro sin calcular el precio.
No puede mirar un menú sin calcular las calorías.
No puede mirar un hombre sin calcular la ventaja.
No puede mirar una mujer sin calcular el riesgo.
No está clavada a un lugar. Las montañas y los árboles tienen el destino en la raíz; pero la mar ha sido, como nosotros, condenada a la vida vagabunda.
Aires de marinería: nosotros, hombres de la costa, hemos sido hechos de mar, además de tierra. Y bien lo sabemos, aunque no lo sepamos, cuando vamos navegando en el oleaje de las calles de la ciudad, de café en café, y a través de la bruma viajamos hacia el puerto o naufragio que esta noche nos espera.
Los bisnietos la visten para ir a la escuela. Cada mediodía, esa vieja se levanta a duras penas de la cama y exige el delantal blanco y la moña azul, muy nerviosa porque se enoja la maestra:
—Apúrense, apúrense, que se hace tarde.
(…)
Se suicidó arrojándose desde un octavo pisoooooo.
(…)
Ofuscado por los celos, convirtió tierna paloma en albóndiga de sangre.
(…)
Pola Bonilla modelaba barros y niños. Ella era ceramista de buena mano y maestra de escuela en los campos de Maldonado; y en los veranos ofrecía a los turistas sus cacharros y chocolate con churros.
Pola adoptó a un negrito nacido en la pobreza, de los muchos que llegan al mundo sin un pan bajo el brazo, y lo crió como hijo.
Cuando ella murió, él ya era hombre crecido y con oficio. Entonces los parientes de Pola le dijeron:
—Entrá en la casa y llevate lo que quieras.
Él salió con la foto de ella y se perdió en el camino.
(…)
Un viejo copia sus propios dibujos de la infancia. Son dibujos de hace setenta años. Mientras los copia, mientras se copia, no le tiembla la mano.
Guarda unos periódicos viejos, viejos como él, envueltos en trapos cuidadosamente atados. Él tiene miedo de que se escapen las palabras.
Todo tiene, todos tenemos, cara y señal. El perro y la serpiente y la gaviota y tú y yo, los que estamos viviendo y los ya vividos y todos los que caminan, se arrastran o vuelan: todos tenemos cara y señal.
Eso creen los mayas. Y creen que la señal, invisible, es más cara que la cara visible. Por tu señal te conocerán.
En lengua guaraní, ñe 'e significa "palabra" y también significa "alma".
Creen los indios guaraníes que quienes mienten la palabra, o la dilapidan, son traidores del alma.
Escrito en un muro de Montevideo: Nada en vano. Todo en vino.
También en Montevideo: Las Vírgenes tienen mucha Navidades, pero ninguna Nochebuena.
En Buenos Aires: Tengo ambre. Ya me comí la h.
También en Buenos Aires: ¡ Resucitaremos aunque nos cueste la vida!
En Quito: Cuando teníamos todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas
En México: Salario mínimo al Presidente, para que vea que se siente.
En Lima: No queremos sobrevivir. Queremos vivir.
En la Habana: Todo se puede bailar.
En Río de Janeiro: Quién tiene miedo de vivir, no nace.
Hubo una vez que fue la primera vez, y entonces el bicho humano se alzó y sus cuatro patas se convirtieron en dos brazos y dos piernas, y gracias a las piernas los brazos fueron libres y pudieron hacer casa mejor que la copa del árbol o la cueva de paso. Y habiéndose erguido, la mujer y el hombre descubrieron que se puede hacer el amor cara a cara y boca a boca, y conocieron la alegría de mirarse a los ojos durante el abrazo de sus brazos y el nudo de sus piernas.
Hubo una vez que fue la primera vez, y entonces el bicho humano se alzó y sus cuatro patas se convirtieron en dos brazos y dos piernas, y gracias a las piernas los brazos fueron libres y pudieron hacer casa mejor que la copa del árbol o la cueva de paso. Y habiéndose erguido, la mujer y el hombre descubrieron que se puede hacer el amor cara a cara y boca a boca, y conocieron la alegría de mirarse a los ojos durante el abrazo de sus brazos y el nudo de sus piernas.
Era Navidad, y un señor suizo había regalado un reloj suizo a su hijo. El niño desarmó el reloj sobre su cama. Y estaba jugando con las agujas, el resorte, el cristal, la corona y demás engranajitos,cuando el padre lo descubrió y le propinó tremenda paliza.
Hasta entonces, Nicole Rouan y su hermano habían sido enemigos. Desde esa Navidad, la primera Navidad que ella recuerda, los dos fueron por siempre amigos. Aquel día, Nicole supoque también ella sería castigada, a lo largo de sus años, porque en vez de preguntar la hora a los relojes del mundo, iba a preguntarles cómo son por dentro.
Viaja la luz de las estrellas muertas, y por el vuelo de su fulgor las vemos vivas.
La guitarra, que no olvida a quien fue su compañero, suena sin que la toque la mano. Viaja la voz, que sin la boca sigue.
—¿Por qué me has dejado coja?
Y la nieve:
—Porque el sol me derrite.
Y la Tenquita se quejó al sol, y el sol:
—Porque la niebla me tapa.
Y la niebla:
—Porque el viento me corre.
Y el viento:
—Porque la pared me ataja.
Y la pared:
—Porque el ratón me agujerea.
Y el ratón:
—Porque el gato me come.
Y el gato:
—Porque el perro me corre.
Y el perro:
—Porque el palo me pega.
Y el palo:
—Porque el fuego me quema.
Y el fuego:
—Porque el agua me apaga.
Y el agua:
—Porque la vaca me bebe.
Y la vaca:
—Porque el cuchillo me mata.
Y el cuchillo:
—Porque el hombre me afila.
Y el hombre:
—Porque Dios me hizo.
Andando a los tumbos, la Tenquita cantó en busca de Dios. Y Dios la escuchó, y entonces ella le preguntó por qué hizo al hombre que afila el cuchillo que mata a la vaca que bebe el agua que apaga el fuego que quema el palo que pega al perro que corre al gato que come al ratón que agujerea la pared que ataja al viento que corre a la niebla que tapa al sol que derrite la nieve que me ha helado la pata.
—Ay Tenquita —dijo Dios—. Yo tuve que hacer al hombre para que el hombre me hiciera a mí.
Javier Villafañe busca en vano la palabra que se le escapó justo cuando iba a decirla.
¿Adónde se habrá ido esa palabra que tenía en la punta de la lengua? ¿Habrá algún lugar donde se juntan las palabras que no quisieron quedarse? ¿Un reino de las palabras perdidas? Las palabras que se te fueron, ¿dónde te están esperando?A orillas de otro mar, otro alfarero se retira en sus años tardíos.
Se le nublan los ojos, las manos le tiemblan, ha llegado la hora del adiós. Entonces ocurre la ceremonia de la iniciación: el alfarero viejo ofrece al alfarero joven su pieza mejor. Así manda la tradición, entre los indios del noroeste de América: el artista que se va entrega su obra maestra al artista que se inicia.
Y el alfarero joven no guarda esa vasija perfecta para contemplarla y admirarla, sino que la estrella contra el suelo, la rompe en mil pedacitos, recoge los pedacitos y los incorpora a su arcilla.
Es lisa la piel de la planchadora.
Largo y puntiagudo es el arreglador de paraguas rotos.
La vendedora de pollos parece un pollo desplumado.
Brillan demonios en los ojos del inquisidor.
Hay dos monedas entre los párpados del usurero.
Los bigotes del relojero marcan las horas.
Tienen teclas las manos de la funcionaria.
El guardiacárceles tiene cara de preso y el psiquiatra, cara de loco.
El cazador se transforma en el animal que persigue.
El tiempo convierte a los amantes en gemelos.
El perro pasea al hombre que lo pasea.
El torturado tortura los sueños del torturador.
Huye el poeta de la metáfora que encuentra en el espejo.
No está clavada a un lugar. Las montañas y los árboles tienen el destino en la raíz; pero la mar ha sido, como nosotros, condenada a la vida vagabunda.
Aires de marinería: nosotros, hombres de la costa, hemos sido hechos de mar, además de tierra. Y bien lo sabemos, aunque no lo sepamos, cuando vamos navegando en el oleaje de las calles de la ciudad, de café en café, y a través de la bruma viajamos hacia el puerto o naufragio que esta noche nos espera.
Yo era muchacho, casi niño, y quería dibujar. Mintiendo la edad, pude mezclarme con los estudiantes que dibujaban una modelo desnuda. En las clases, yo borroneaba papeles, peleando por encontrar líneas y volúmenes. Aquella mujer en cueros, que iba cambiando de pose, era un desafío para mi mano torpe y nada más: algo así como un jarrón que respiraba.
Pero una noche, en la parada del ómnibus, la vi vestida por primera vez. Al subir al ómnibus, la pollera se alzó y le descubrió el nacimiento del muslo. Y entonces mi cuerpo ardió.
Yo era muchacho, casi niño, y quería dibujar. Mintiendo la edad, pude mezclarme con los estudiantes que dibujaban una modelo desnuda. En las clases, yo borroneaba papeles, peleando por encontrar líneas y volúmenes. Aquella mujer en cueros, que iba cambiando de pose, era un desafío para mi mano torpe y nada más: algo así como un jarrón que respiraba.
Pero una noche, en la parada del ómnibus, la vi vestida por primera vez. Al subir al ómnibus, la pollera se alzó y le descubrió el nacimiento del muslo. Y entonces mi cuerpo ardió.
La A tiene las piernas abiertas.
La M es un subibaja que va y viene entre el cielo y el infierno.
La O, círculo cerrado, te asfixia.
La R está notoriamente embarazada.
—Todas las letras de la palabra AMOR son peligrosas —comprueba Romy Díaz-Perera.
Cuando las palabras salen de la boca, ella las ve dibujadas en el aire.
Esa mujer es una casa secreta.
En sus rincones, guarda voces y esconde fantasmas.
En las noches de invierno, humea.
Quien en ella entra, dicen, nunca más sale.
Yo atravieso el hondo fosoque la rodea. En esa casa seré habitado. En ella me espera el vino que me beberá. Muy suavemente golpeo a la puerta, y espero.
Estoy solo en la ciudad extranjera, y a nadie conozco, y no entiendo la lengua que aquí hablan.
Pero alguien brilla, de pronto, en medio de la multitud, como de pronto brilla una palabra perdida en la página o un pastito cualunque en el pelo de la tierra.
Yo era muchacho, casi niño, y quería dibujar. Mintiendo la edad, pude mezclarme con los estudiantes que dibujaban una modelo desnuda. En las clases, yo borroneaba papeles, peleando por encontrar líneas y volúmenes. Aquella mujer en cueros, que iba cambiando de pose, era un desafío para mi mano torpe y nada más: algo así como un jarrón que respiraba.
Pero una noche, en la parada del ómnibus, la vi vestida por primera vez. Al subir al ómnibus, la pollera se alzó y le descubrió el nacimiento del muslo. Y entonces mi cuerpo ardió.
No está clavada a un lugar. Las montañas y los árboles tienen el destino en la raíz; pero la mar ha sido, como nosotros, condenada a la vida vagabunda.
Aires de marinería: nosotros, hombres de la costa, hemos sido hechos de mar, además de tierra.
Y bien lo sabemos, aunque no lo sepamos, cuando vamos navegando en el oleaje de las calles de la ciudad, de café en café, y a través de la bruma viajamos hacia el puerto o naufragio que esta noche nos espera.
Un viejo copia sus propios dibujos de la infancia. Son dibujos de hace setenta años. Mientras los copia, mientras se copia, no le tiembla la mano.
Guarda unos periódicos viejos, viejos como él, envueltos en trapos cuidadosamente atados.
Él tiene miedo de que se escapen las palabras.
El hijo de Pilar y Daniel Weinberg fue bautizado en la costanera. Y en el bautismo le enseñaron lo sagrado.
Recibió una caracola:—Para que aprendas a amar el agua.
Abrieron la jaula de un pájaro preso:—Para que aprendas a amar el aire.
Le dieron una flor de malvón:—Para que aprendas a amar la tierra.
Y también le dieron una botellita cerrada.
—No la abras nunca, nunca. Para que aprendas a amar el misterio.
Escrito en un muro de Montevideo: Nada en vano. Todo en vino.
También en Montevideo: Las Vírgenes tienen mucha Navidades, pero ninguna Nochebuena.
En Buenos Aires: Tengo ambre. Ya me comí la h.
También en Buenos Aires: ¡ Resucitaremos aunque nos cueste la vida!
En Quito: Cuando teníamos todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas.
En México: Salario mínimo al Presidente, para que vea lo que se siente.
En Lima: No queremos sobrevivir.
Queremos vivir.
En la Habana: Todo se puede bailar.
En Río de Janeiro: Quien tiene miedo de vivir, no nace.
Escrito en un muro de Montevideo: Nada en vano. Todo en vino.
También en Montevideo: Las Vírgenes tienen mucha Navidades, pero ninguna Nochebuena.
En Buenos Aires: Tengo ambre. Ya me comí la h.
También en Buenos Aires: ¡ Resucitaremos aunque nos cueste la vida!
En Quito: Cuando teníamos todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas.
En México: Salario mínimo al Presidente, para que vea lo que se siente.
En Lima: No queremos sobrevivir.
Queremos vivir.
En la Habana: Todo se puede bailar.
En Río de Janeiro: Quien tiene miedo de vivir, no nace.
El hambre desayuna miedo. El miedo al silencio aturde las calles. El miedo amenaza:
Si usted ama, tendrá sida.
Si fuma, tendrá cáncer.
Si respira, tendrá contaminación.
Si bebe, tendrá accidentes.
Si come, tendrá colesterol.
Si habla, tendrá desempleo.
Si camina, tendrá violencia.
Si piensa, tendrá angustia.
Si duda, tendrá locura.
Si siente, tendrá soledad.
Iemanyá vive en las honduras del agua. Allí recibe las ofrendas. En el día de su fiesta, los pescadores de Bahía navegan cantando alabanzas a la diosa coqueta y glotona, y desde las barcas le prodigan halagos de perfumería y de confitería.
Cuando le gustan los regalos, ella brinda los favores de su amparo. Cuando los rechaza, y devuelve a las arenas de la playa las flores blancas, los espejos, los abanicos, los peines, los perfumes y las golosinas, los pescadores tiemblan: tendrán mal año, año de pocos peces y mucho peligro, y más de uno será tragado en alta mar para que Iemanyá calme sus furias y sus hambres de mujer.
Iemanyá vive en las honduras del agua. Allí recibe las ofrendas. En el día de su fiesta, los
pescadores de Bahía navegan cantando alabanzas a la diosa coqueta y glotona, y desde las barcas
le prodigan halagos de perfumería y de confitería.
Cuando le gustan los regalos, ella brinda los favores de su amparo. Cuando los rechaza, y devuelve a las arenas de la playa las flores blancas, los espejos, los abanicos, los peines, los perfumes y las golosinas, los pescadores tiemblan: tendrán mal año, año de pocos peces y mucho peligro, y más de uno será tragado en alta mar para que Iemanyá calme sus furias y sus hambres de mujer.
Papá Montero era bailandero y cantador, fundador de alegrías en la noche de La Habana. Toda la ciudad se iba de rumba con él, y en el rumbo de su rumba se perdía.
Cuando una puñalada acabó con Papá Montero, la noche de La Habana se quedó muda. Pero en pleno velorio, una rumba sonó. Muy lejana. Casi nadie la oyó.
Al amanecer, cuando los amigos iban a llevarse el ataúd, descubrieron que en el ataúd no había nadie.
En Sayomal, contó la abuela, allá en lo antiguo, antes del antes del antes, no se secaban los árboles ni las gentes.
Cuando el primer dolor dolió, nadie sabía si era rojo o negro o blanco.
Cuando ocurrió la primera muerte, no había palabra para nombrarla. Y cuando las tierras de Samoyal fueron invadidas por las sombras del dolor y de la muerte, el sol eligió a un hombre y lo salvó, lo arrebató con sus rayos.
Y desde entonces él está solo, está fuera del tiempo, durmiendo en el santuario del sol que flota a la deriva por encima del horizonte.
—El último de Sayomal —dijo la abuela— te está esperando.
El primer sabor que recuerda fue una zanahoria.
El primer olor, un limón cortado por la mitad.
Recuerda que lloró cuando descubrió la distancia.
Y recuerda que una mañana ocurrió el descubrimiento de la sombra.
Aquella mañana, él vio lo que hasta entonces había mirado sin ver: pegada a sus pies, yacía la sombra, más larga que su cuerpo.
Caminó, corrió. A donde él iba, fuera donde fuera, la perseguidora sombra iba con él.
Quiso sacársela de encima. Quiso pisarla, patearla, golpearla; pero la sombra, más rápida que sus piernas y sus brazos, lo esquivaba siempre.
Quiso saltar sobre ella; pero ella se adelantó.
(…)Después supo que las nubes, la noche y el mediodía suprimen a la sombra. Y supo que la sombra siempre vuelve, traída por el sol…
(…)Y se acostumbró.
Cuando él creció, con él creció su sombra. Y él tuvo miedo de quedarse sin ella.
Y pasó el tiempo. Y ahora, cuando se está achicando, al cabo de los días de su vida, tiene pena de morirse y dejarla sin él.
Sofía Opalski tiene muchos años, nadie sabe cuántos, quién sabe si ella sabe. Le queda una pierna, anda en silla de ruedas.
Están las dos gastaditas, la silla y ella. A la silla se le aflojan los tornillos y a ella también.
Cuando ella se cae, o se cae la silla, Sofía se arrima como puede hasta el teléfono y disca el único número que recuerda. Y pregunta, desde el fin del tiempo:
—¿Quién soy?
Muy lejos de Sofía, en otro país, está Lucía Herrera, que tiene tres o cuatro años de nacida. Lucía pregunta, desde el principio del tiempo:
—¿Qué quiero yo?
Usted prepara el desayuno, como todos los días.
Como todos los días, usted lleva a su hijo a la escuela.
Como todos los días.
Entonces, lo ve. Lo ve en la esquina, reflejado en un charco, contra la acera; y por poco no la aplasta un camión.
(…)Al anochecer, su marido pasa a buscarla. Y camino a casa van los dos, callados, respirando el veneno del aire, cuando usted vuelve a verlo en el torbellino de las calles: ese cuerpo, esa cara que sin palabras pregunta y llama.
Y desde entonces usted lo ve con los ojos abiertos, en cuanta cosa mira, y lo ve con los ojos cerrados, en cuanta cosa piensa; y con sus ojos lo toca.
Este hombre viene de algún lugar que no es este lugar y de algún tiempo que no es este tiempo.
Usted, madre de, mujer de, es la única que lo ve, la única que puede verlo.
Y cuando llega la noche, mientras su marido duerme usted le da la espalda y sueña que despierta.
Bajo la mar viaja el canto de las ballenas, que cantan llamándose.
Por los aires viaja el silbido del caminante, que busca techo y mujer para hacer noche.
Y por el mundo y por los años, viaja la abuela. La abuela viaja preguntando:
—¿Cuánto falta?
Ella se deja ir desde el tejado de la casa y navega sobre la tierra. Su barca viaja hacia la infancia y el nacimiento y antes:—¿Cuánto falta para llegar?
La abuela Raquel está ciega, pero mientras viaja ve los tiempos idos, ve los campos perdidos: allá donde las gallinas ponen huevos de avestruz, los tomates son como zapallos y no hay trébol que no tenga cuatro hojas.
Clavada a su silla, muy peinada y muy limpita y almidonada, la abuela viaja su viaje al revés y nos invita a todos:—No tengan miedo —dice—. Yo no tengo miedo.
Y se desliza la leve barca por la tierra y el tiempo.
—¿Falta mucho? —pregunta la abuela, mientras va.
Ángel López García, “Relaciones paratácticas e hipotácticas” en Ignacio Bosque y Violenta Demonte (coords.), Gramática descriptiva de la lengua española, vol. 3, pp. 3508-3547.
Real Academia Española, Manual de la nueva gramática de la lengua española, Madrid, Espasa, 2010.
Samuel Gili Gaya, Curso superior de sintaxis española, Barcelona, Vox, 2003 [1943].
Eduardo Galeano, Las palabras andantes, con grabados de J. Borges, México, Siglo XXI editores, 2000 [1993].
José Francisco Borges.